martes, 11 de septiembre de 2012

LAS LÁPIDAS DE LA IGLESIA PARROQUIAL -I-

LAS
LÁPIDAS
DE
LA
IGLESIA
PARROQUIAL –I-


 ¡Mira esa! Es...la 201.Y esa, la 202, 203,204,... ¡Cuántos enterramientos! Al parecer, fue costumbre que durante cierto tiempo se enterrara en las iglesias a los cristianos más fieles y distinguidos.
Y también, en los alrededores de la misma. En una ocasión- me cuenta un amigo- tuvieron que excavar en el Solano y al encontrarse con huesos desistieron de la obra que iban a realizar.

 ¿Te acuerdas?- digo a mi amiga Cruz- con quien mantengo una agradable conversación, la gente se ponía en la iglesia por lo general en el mismo sitio.
Adelante, a la izquierda, junto al altar mayor las niñas con alguna de sus maestras. A la derecha, los niños.
Y detrás de ambos bancos las mujeres albercanas con sus velos o pañuelos a la cabeza que parecían dolorosas de la pasión. Cuando se utilizaban reclinatorios el lugar estaba bien reservado.

Los bancos de la parte de atrás de la iglesia, eran lugares propios de los hombres (que llevaban la capa doblada en sus brazos para la Minerva) y por allí caía también algún turista despistado.
A mí, me gustaba subir al coro y apoyarme en la barandilla para ver a Jesús, lo bien que se las entendía con el complicado órgano y facilón latín con el que contestaba (...,Et cum spíritu... tuo). Si llegabas un poco tarde te quedabas al lado de la Pila de Agua Bendita, así, si el sermón era largo podías salir fuera y echar algún cigarrillo.
Debajo del coro, más mujeres albercanas, menos algunos de sus laterales reservados para los hombres. Era un buen lugar para observar quien iba a Misa y quien no, aunque ese no era su verdadero fin.
Cruz, sonríe y me dice “yo en la iglesia siempre tuve un sitio destinado; aquí en la parte final, pues allí estaba enterrado mi padre”. Era una costumbre piadosa que la gente se pusiera encima de la tumba de sus familiares.

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