domingo, 27 de enero de 2013

CANALONES Y REGATILLOS





















EXPERIENCIAS DE VIDA COTIDIANA
-Canalones y regatillos-
Duración: En invierno, a veces, hasta tres o cuatro días.
Lugar: La Alberca, en otros tiempos también llamada “orinal del cielo”
Efecto: Misterioso, sugestivo, encantador, el recorrido de ciertos regatillos.

Todavía quedan bastantes viviendas que no necesitan que los canalones lleguen hasta la calle, despachan el líquido bien al ras de la teja o hacen un mediano recorrido hasta la mitad de la fachada.
En La Alberca cuando llueve con fuerza, el agua cae a la calle, también, con más fuerza; de modo que si vas a cruzar la calle tienes que ir sorteando el chaparrón y el agua que sale de los canalones. Pues...¡no pases y espera a que escampe...! Y mientras tanto,¡ qué bien venía poner unos cubos debajo de los canalones!; ahorraba paseos a la fuente.
El agua de la lluvia es clara, pura y excelente; sobre todo, para hacer esos regatillos que bajan y van venciendo obstáculos. Otras veces desagua del pilón de una fuente y forma un pequeño arroyo como ese de la Fuente del Chorrito o se desliza praderas abajo y pasa debajo de un puentecillo de lancha de piedra, que también verás en otra foto.
No te preocupes, ¡ya llegará a la Balsada!
Y en efecto tras pasar por el bajo de varias viviendas en singular cañería, vuelve a aparecer en la Balsada; allí se une al agua que desprende esa fuente o a la que de lluvia que viene calle abajo.
Vuelve a meterse por la cañería de varias casas y sale de nuevo cerca de la Callejina. Cruza entre varias huertas, la carretera de circunvalación y desde allí sus aguas se despeñarán camino del Hoyo.
Los modernos alcantarillados están acabando con la graciosa estampa que ofrecían esos regatillos que pasaban a la puerta de tu casa, por los laterales de la Plaza Mayor o por otros muchos rincones y calles del pueblo.
El agüilla del regatillo se lleva el paso del tiempo, la pisada de las caballerías o la limpieza de la albarca que se había manchado en la cuadra.
Las gallinas bebían en él, molestaba a los gatos y le veía pasar indiferente el perro que guardaba la puerta. Para los niños eran un delicioso lugar de juego, sus aguas se llevaban a las cáscaras de las nueces o los pequeños palitos que hacían de barcos de juego; al atrevido, la meada, y si se manchaba el calzado duro era luego tener que rendir cuentas.
De todas maneras, los juegos siempre acababan cantando aquello de...
 “Que llueva que llueva/ la Virgen del Cueva
/ los pajaritos cantan/ las nubes se levantan
/ que sí, que no / que caiga un chaparrón,(...)

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